Durante la 88ª Convención Bancaria, celebrada en Nuevo Vallarta, Nayarit, quedó en evidencia algo que el ecosistema financiero ya intuía desde hace tiempo, pero que aún falta traducirse por completo en acciones estructurales: si México quiere crecer de manera sostenible e incluyente, no puede dejar de lado a dos pilares fundamentales de su desarrollo: las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes) y la educación financiera desde edades tempranas.
Ambos frentes, aunque aparentemente distintos, comparten un mismo objetivo: lograr que más personas accedan a mejores oportunidades económicas. Estas ideas se han repetido a lo largo de los eventos de la convención, aunque la realidad muestra que aún estamos lejos de materializarla en su totalidad.
En México, más del 99% de las empresas son mipymes. Son responsables de una parte muy importante del empleo formal y del dinamismo económico en regiones donde las grandes industrias no tienen presencia. Sin embargo, también son las más frágiles. La alta tasa de mortalidad de estos negocios es preocupante: se estima que el 80% no logra superar los dos primeros años de operación. ¿Por qué?
Las causas son múltiples: falta de acceso a crédito, escasa educación empresarial, baja digitalización, informalidad, procesos burocráticos complejos, y un mercado que muchas veces no les ofrece las condiciones para crecer. En la Convención Bancaria, Altagracia Gómez —coordinadora del Consejo Asesor Empresarial del Gobierno de México— fue directa al señalar que se necesitan esfuerzos coordinados entre el gobierno, el sistema financiero y las grandes empresas para revertir esta situación.
Uno de los principales obstáculos que enfrentan las mipymes es la informalidad. Operar fuera del marco legal impide acceder a financiamiento, contratar personal con seguridad social o integrarse a cadenas de valor más grandes. La solución, de acuerdo con el Plan México, propuesto por el gobierno de México, pasa por digitalizar procesos, simplificar trámites y ofrecer incentivos reales para formalizarse. Y esto no solo es una tarea del gobierno: la banca también debe desarrollar productos adaptados a esta realidad y entender que formalizar no es simplemente cumplir con normas fiscales, sino dar acceso a derechos y oportunidades.
Un segundo eje fundamental —y menos discutido hasta hace algunos años— es la inclusión financiera desde la niñez. ¿Por qué empezar tan temprano? Porque la evidencia es clara: los niños que crecen en hogares donde se habla de finanzas, aunque sea de manera sencilla, desarrollan una mayor conciencia del valor del dinero y toman mejores decisiones económicas en su vida adulta.
En el foro “Inclusión financiera y su efecto en la movilidad social”, el presidente de la Condusef, Óscar Rosado, compartió datos reveladores: los niños que viven en hogares con inclusión financiera tienen una probabilidad significativamente mayor de avanzar socialmente. Esto no solo tiene que ver con tener una cuenta bancaria, sino con comprender conceptos básicos como el ahorro, el crédito, el consumo responsable y la planeación financiera.
Desde el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), su presidente, Julio Serrano, propuso llevar la educación financiera al aula, incorporándola como materia obligatoria en escuelas públicas y privadas. Una propuesta ambiciosa, sí, pero también necesaria. El acceso a herramientas financieras no debería depender del entorno familiar o del nivel socioeconómico. Democratizar ese conocimiento puede marcar una diferencia en una sociedad donde, según datos del CEEY, solo el 49% de los adultos tiene acceso real a servicios financieros, y donde casi todos los adultos sin inclusión financiera provienen de hogares que tampoco la tuvieron.
Tanto el fortalecimiento de las mipymes como la inclusión financiera infantil requieren más que buenas intenciones. Necesitan presupuesto, voluntad política y estrategias sostenidas en el tiempo. También implican salir de la lógica de “una solución para todos” e implementar las políticas diseñadas por el gobierno mexicano para responder a las distintas realidades del país, las cuales se ajustan a la necesidad del sector: no es lo mismo una microempresa en la Ciudad de México que un taller artesanal en una comunidad rural; tampoco es igual enseñar finanzas a niños en contextos urbanos que en comunidades con otras lenguas o costumbres.
Además, es clave que el sistema financiero —sobre todo las instituciones de banca múltiple— asuma un rol más activo en la creación de herramientas para fomentar la formalización y el acceso temprano a servicios financieros. No por altruismo, sino porque, como bien señaló Hugo Nájera (BBVA), una sociedad más educada y financieramente activa también es una oportunidad de negocio más sólida y sostenible para el propio sector financiero.
Nos enfrentamos a una oportunidad histórica para rediseñar los cimientos del desarrollo social: desde cómo apoyamos a quienes generan empleo hasta cómo preparamos a las nuevas generaciones para entender el valor del dinero y tomar decisiones con autonomía.
El ecosistema financiero trabajará por que lo planteado en la Convención Bancaria no se quede en discursos de coyuntura, sino que realmente de un resultado. Que realmente sirva para construir puentes entre sectores, regiones y generaciones. Si se busca un México más justo, competitivo y resiliente, tenemos que empezar por fortalecer a sus emprendedores, así como sembrar en los niños la semilla del conocimiento financiero.
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